26 sept 2008

1.

Ellos lo habían logrado todo. Tuvieron la mejor idea y la llevaron acabo. Planearon dejar de hablar. Imaginaron una sociedad basada en el silencio, en la percepción sensible de los estados de ánimos de los demás. ¿Qué podría salir mal si, estando alguien en un estado de fatiga y enojo, nadie vendría a decirle aquello que lo irritaría aún más y desataría el enfrentamiento verbal?.

Ellos supieron muy bien que lo que el hombre decía era totalmente lo contrario a lo que hacía, y que el obstáculo a sobrepasar, no tenía por qué ser el "actuar/no-actuar"; sino, el ojo de análisis debía posarse sobre el "hablar/no-hablar". Se dijeron a sí mismos: "Si intentamos transformar la dualidad "hablar/no-hablar" el problema de la acción desaparecería. Si nosotros decimos nada, nada tendríamos que cumplir, con nada tendríamos que apoyar nuestras palabras. Pero atentos señores! -exclamaba el más hablador- no se trata aquí de la abolición de la acción, por el contrario, se trata de la abolición del lenguaje oral (principal cadena que nos ata a la acción) y por tanto, de la reafirmación de la acción como hecho puramente primario y espontáneo."

Ya nadie prometería algo, ya nadie contaría una mentira como historia propia, siquiera una verdad. El lenguaje oral había acabado. Imagínate, ya todos las acciones humanas no se sostenían más que en ellas mismas. Alguien decidía hacer algo, y lo hacía. De alguna u otra manera, el entendimiento sensible con el otro se reducía tan a lo concreto y necesario, que no había ya posibilidad de planificar un mañana.

Ellos creían ser los verdaderos forjadores del presente. Acabar con el lenguaje, desterrar el futuro y toda alusión por fuera del aquí y ahora, había sido obra de todos y de nadie. Pero no podían evitar estar contentos. En sus primeros tiempos reinó el encantamiento hacia esta nueva forma de organizar el acto humano. De manera tal, cualquier vicisitud que tensionara los ánimos era resuelta individualmente y en los términos que manejaban esas individualidades.Pero no imagine lo peor, lector; ¿Quién se atrevería al combate abierto y eterno, que tanto recordaba a la sociedad de libre diálogo -violenta por excelencia-; en vez de bajar las armas, sonreír, hacerse unos mimos y abandonar el objeto de disputa? Él era el factor que nos había mantenido hablantes, en guardia y calculadores: El objeto en disputa.

2.

Si bien la cosa marchaba a todo babor, nada hemos dicho sobre cómo llegaron éstos precursores a la transformación de la totalidad del acto humano en cada rincón del planeta. ¿Qué se nos ocurre?¿De qué manera un pequeño grupo llega a hacerse masivo sin pisotearse a sí mismo y traicionar su idea? ¡Y qué idea! ¡Nada menos que dejar de hablar! Nada menos que recuperar el valor del acto humano, dejar de pensarlo y expresarlo, para pasar a vivirlo y perderlo.

Sonaba extraño escucharlos arengar en sus asambleas "Hasta el silencio.. siempre!". "Pero bien -decían- ¿cómo haremos para hacernos escuchar?¿qué plan minucioso ejecutaremos para lograr el silencio eterno?¿cómo responderemos a las dudas que nos planteen nuestros interlocutores?.

Hablaron y hablaron durante meses, pero no repararon en el fundamento básico de su proyecto. Jamás reeditarían la praxis por la praxis misma en tanto que se mantuviesen hablando. La clave era la acción. Pero aquí había algo más, ellos no querían estar solos. Temían a la soledad casi un poco más que al libre diálogo. De ahí parte el hecho de mantenerse hablantes y, como primer paso de su praxis revolucionaria, engendrar la contracara de su propia idea.

3.

Así fue pues como resolvieron generar adherentes: Empapelarían toda la ciudad con el nombre de su organización, interpelarían gente, interrumpirían el portal de noticias mundial y transmitirían en directo sus ideas, escribirían cartas de lectores en los diarios. Todo todo esto basándose en su principal postulado: "basta de hablar".

Los primeros tiempos en los que la organización se iba masificando fueron los más curiosos. Entre los mismos participantes del grupo, luego de una ferviente discusión, se decían "cállate!". "No, cállate tú!". "Jamás" replicaba el primero. "Sigan la lista de oradores" decía, un poco más apaciguado, un tercero.

No sé bien por qué algunos participantes de la organización empezaban a sospechar que esto no funcionaría. De modo tal, no supieron hacer otra cosa que empezar a hablar en privado y despotricar en contra de estos contradictorios que luchan por el silencio y no hacen más que hablar pavadas. "Rompámos!" -dijieron-. Construyamos una verdadera agrupación por el silencio eterno. Y no tardaron en adjudicarles el adjetivo de "contrarevolucionarios" a sus antiguos, y para nada diferentes, camaradas.

4.

¿Por qué había de serles tan difícil callar? ¿Por qué no hablar menos, trabajándolo por etapas? Pues claro! Nadie querría ser un reformista. Lo entiendo. ¿Por qué en grupo, tentándonos a cada rato al libre diálogo?. En fin: ¿Por qué planearlo, si el plan mismo era la traba?.

Al poco tiempo la cosa se puso tensa. Conformaron pequeñas brigadas que irrumpían en las casas con agujas gigantes e hilos gruesos y le cocían a la boca a todos. Mujeres y niños. Maridos y abuelas. Nadie quedaba excento. Con hierros al rojo vivo quemaban las bocas por encima de las coceduras. Un poco de pegamento y una arandela gigante que recubría la boca y pasaba por la nuca. Como un cinturón de castidad, este era un cinturón del silencio.

¿Por qué liberarlos a ellos primero y no a nosotros mismos? -me pregunté- ¿Por qué pretender este supuesto bienestar, recubierto con argumentos muy lógicos blablabla, para el otro?. Predicar con el ejemplo, eso fue lo que nunca hicimos, y aunque lo buscásemos, también nos hubiésemos equivocado. El ejemplo, el accionar bien, funciona así, como algo que yo hago en función de otra cosa: El poder predicar.

Recuperar la acción misma teniendo como principal arma el cese del diálogo era lo que ellos buscaron. Tanto se habían equivocado que el mundo terminó en silencio mientras ellos decidían cómo seguir con esto. En definitiva, ellos eran sus propios enemigos. Ellos eran los detractores de la sociedad que ellos mismos, a base de diálogo y garrote, habían forjado.

El dejar de hablar era un acto, un estado de pensamiento que moría en la acción. Praxis. Y aquí vemos cómo no se podría predicar con el ejemplo. Ya que un hombre que optó por el silencio jamás podría explicar cómo llegó él a ser ejemplo, pues si lo haría, dejaría de ser en ese instante ejemplo de alguien.

Nadie, entonces, tuvo en principio voluntad de reeditar la acción. Nadie puso su cuerpo por "la idea". Nadie calló. Nadie estaba convencido, todos tuvimos miedo. Así vemos pues, como estos hombres se convierten en verdugos, principalmente, de sí mismos. El silencio, como la Libertad, si se la desea, se la pierde. Existe ahora. Cállate. Sé libre. Pero jamás lo pienses, ni lo digas. Sólo hazlo.. pero ahora.

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